23 de enero de 2011

AMIGOS DE LO AJENO

Hace unos minutos, de regreso a la residencia, conforme me aproximaba a mi coche podía oir unos ruidos que procedían de la misma dirección en la que se encontraba aparcado mi Megane, pero como la agudeza visual no es mi seña de identidad y la oscuridad de la noche no ayudaba, me resigné a prestar oído y tratar de averiguar si tenía o no que ver con mi coche. ¿Un gato, tal vez? ¿Alguien trasteando en el turismo aparcado tras el mío? El caso es que espero, desde el otro lado de la calle, que se detenga el tráfico para cruzar y montarme en mi auto cuando, algo intrigado, veo aparecer tras el Renault a un tipo algo mas corpulento que un servidor con algo parecido a un palo oscuro en la mano. Máximo suspense. Me entra la prisa por pasar al otro lado de la calle, pero algo me dice que no deje de prestar atención al individuo que, como con prisa, se aleja del lugar de los hechos. Logro esquivar un BMW y alcanzo el morro de mi coche, lo rodeo y busco indicios por el lado derecho. Tal vez esperaba encontrar rastros de forcejeo en la puerta, tal vez en la cerradura... pero lo que hayo es el hueco vacío del embellecedor de la puerta delantera.

A veces sucede, no sabes cómo, que salta un resorte dentro de tí y actúas sin pensarlo dos veces: Eché a correr, deteniendo el tráfico, palma en alto, esquivando coches varios por Agustín de Betancourt, cuatro carriles de locura, semáforo recién abierto... pero cuando la adrenalina fluye las ideas se nublan. Salto entre dos utilitarios aparcados muy próximos y noto como el corazón hace por salirse por la boca, pero aún lo puedo contener. Hace un instante que he visto al tipo de pantalón claro y chaquetón oscuro, moreno y de abundante pelo más o menos corto, doblar la esquina con aquello que yo consideraba un palo en la mano derecha. Mientras alcanzo al galope la calle Maudes veo perderse unos pies girando a la izquierda, por Modesto Lafuente. Pienso ¿Qué le haré? ¿Qué le diré? ¿Habrá reacción por su parte? Claro que la habrá. Pero mis piernas no se frenan hasta encontrarme a penas dos metros tras de él. ¡Oye! ¡¿Te importa devolvérmelo?! Le suelto con voz grave, tratando de disimular la agitación, sacando pecho y conteniendo el más que provable jadeo propio del esplosivo esfuerzo. La reacción: Perdona. Y me ofrece los dos trozos de plástico que minutos antes había arrancado, impío, de mi auto. A penas le miro a la cara un instante, desprecio patente, rabia contenida. En un gesto airado agarro la pieza más grande, la que asemejaba un palo, saliendo despedida la pequeña y yendo a parar entre dos coches que se encontraban al margen de la escena. El tipo se apresura a agacharse, coger la plaquita con la indicación dci y afrecérmela, pidiéndome de nuevo perdón. ¡Sí, claro! Le espero, tomando la placa y marchándome sin más. Y si, me marcho sin más porque todo lo que se me pasó por la cabezota en ese instante resultaba bastante destructivo. Y digo yo que dos trozos de plástico no valen unos dientes rotos (los del desgraciado) y unos nudillos magullados (los míos, por ejemplo), o recuperar en embellecedor quebrado del meganito después de estampárselo en la cara al gilipollas ése, con el consabido riesgo de irme a casa con algún morado de más o verme implicado en un atestado policial, con lo que éso me complicaría la noche. Vamos, que marché hacia en coche con sendas piezas en la mano, con el regusto alcalino en las encías y con una sorprendentemente rápida recuperación del ritmo cardiaco y no tan rápida desaparición de mi exacerbada ira.

Después de calmar mi cuerpo y no lograr tranquilizar mi psique, monté como buenamente pude las deslucidas bandas negras, a partir de ahora con cierta holgura, y me senté en el coche, arranqué y conduje inadecuadamente hacia Modesto Lafuente, giro la primera a la derecha y prosigo un par de calles más pensando qué haría si vuelvo a ver al cretino ése paseando su desfachatez por el barrio. Pero me convenzo a mi mismo de que no vale la pena perder ni un minuto de sueño con este asunto, que lo que no haya hecho durante la enajenación transitoria se considerará premeditado y alevoso ante un juez. Respiro hondo y deseo que alguien con menos consideración, modales o reparos que yo (o tal vez alguien con más arrestos) le mande al dentista por vía urgente, tal vez por menos de lo que hoy aconteció, que si lo piensas fríamente no ha sido para tanto.

Queda abierto el buzón de sugerencias, para posibles finales alternativos y desahogos varios de la indignada población. Un servidor se va al catre.

PD.- Desestimado amigo de lo ajeno: No te molestes en tratar de arrancarme esos deslucidos y ajados embellecedores, pues a partir de mañana estarán fijados al maltrecho carrozado de mi automóvil con adhesivo termoplástico. Gracias por nada.

3 comentarios:

  1. Final alternativo? a la fragua con el T-1000. Cuanta gentuza hay suelta...

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  2. Dios, qué manera de narrar, si mientras leía me imaginaba a Jason Statham como protagonista de esta historia!!! Tu vales chico!!!
    Lo malo es que no es ficción, y te ha pasado a tí. Como siempre, muy atrevido. Yo me hubiera quedado furiosa, seguro que por mi boca no saldría ningún piropo para semejante tipo, pero mis pies no se hubieran movido tan rápido como los tuyos, sólo si lo veo volver a por más, entonces sí que corro, pero en sentido opuesto!!!

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  3. Jajaja... amigo Statham, no quieras tener que correr tras un pillo ocasional por no perder un cacho plástico de tu flamante Audi, jajaja...
    Caniha, si me paro a pensarlo fríamente no doy ni un paso, pero me hierve la sangre de pensar que hay gente sin escrúpulos que roba embellecedores y lo que se preste con tal de reponer las carencias de sus carros de la forma más barata posible, y que hace años que no tengo tapacubos en mi cocherito leré pero no se me ocurre tocar los ajenos para propio disfrute y ahorro.
    Manda güebos!!!

    De cualquier modo, quien esté libre de culpa...

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