13 de septiembre de 2006

LO QUE NOS QUEDA POR VER

Cuando uno piensa que ya ha visto de todo en este mundo, suele pasar que alguien se empeña en demostrarte que estás equivocado:

El pasado sábado, a eso de las diez y media de la noche, en un cruce próximo a mi casa, contemplé una escena que me demostró, una vez más, lo sorprendente que puede llegar a ser un murciano (esa variedad humana impredecible e increíblemente sorprendente). Y es que uno cree estar tan curado de espanto que, habiendo visto tantas peleas entre automovilistas en las que se intercambian gestos groseros e improperios malsonantes, cuando te encuentras de nuevo contemplando semejante espectáculo das por hecho que no llegará la sangre al reguerón, que ambas partes se cansarán antes o después de mentar a la madre del otro y darán la pelea por ganada, regresando a casa con la honra zurcida y la frente bien alta. Pero hete aquí un increpado poco al uso estorbando en un cruce a un insensato buscabroncas poco ducho en la materia; el primero, evidentemente molesto por lo que un servidor no llegó a entender con claridad como insultos, bajó del coche con aire malhumorado y se dirigió a la parte posterior mientras otro y un crío se hacían a la calle por el otro lado. Abrió la trasera del auto y... no, no sacó una llave inglesa, ni un bate de beisbol, ni un arma de fuego, ni una estaca, no. ¡Sacó un cerdo! ¡un marranico! Levantándolo por encima de su cabeza, puerco en alto, se dirigió hacia el que le increpaba y con semejante arma de destrucción porcina le amenazó repetidas veces mientras su compañero le pedía que no lo hiciera, que podía matar al guarro (al que sostenía en alto). Creo que la impresión causada fue suficiente para que el otro en disputa decidiera retirarse de la contienda, cosa que agradecimos los que desde el semáforo observábamos, atónitos, semejante episodio de violencia animal.

¿Qué nos queda por ver? ¿Qué nos depara el futuro? ¿La verdad está ahí fuera? Por favor, que alguien me pellizque. Esto no puede ser real.

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