23 de octubre de 2007

UNA NOCHE CUALQUIERA

La otra noche, regresando de una pequeña escapada nocturna, conducía por la Gran Vía cuando una marabunta de chavales de rasgos sudamericanos asaltaron la calzada cruzando precipitadamente en dirección a la calle Fuencarral. Atrapado como me vi entre tal muchedumbre reduje la velocidad y extremé las precauciones, consciente del riesgo de atropellar a un pandillero y las provables consecuencias. Un chico rezagado quedó a la altura de mi vehículo dudando entre salvarlo por delante o por detrás. Despacio, casi parado como circulaba, me quedé mirándole a los ojos y él, un poco agobiado ya que se alejaba el resto de la jauría, me miró con expresión de niño contrariado. Porque era un niño. Luego observé la navaja en su mano, las marcas de su banda tatuadas en brazos y cuello, el cordón de oro sobre el pecho…

Continué con suavidad, sin variar el ritmo, mientras seguía la escena por los retrovisores. Les vi perderse por Hortalezas.

El domingo y el lunes busqué por los periódicos pero nada, ni una breve reseña de lo que aconteció la otra noche. Hay cierto mutismo respecto a ese asunto, tal vez porque las autoridades no pueden hacer nada para remediarlo, tal vez porque la publicidad y el reconocimiento público de los hechos podría hacer mucho daño a la comunidad y a sus dirigentes. Mejor mirar para otro lado y hacer como que no pasa nada. ¡Madrid va bien!

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